jueves, 9 de febrero de 2012

LA INVASIÓN VISTA POR UN CRISTIANO


Sábado por la tarde, ya son las 8 y comienzo a tener un hormigueo en el estómago. Todas las mesnadas, al igual que la mía, están “revueltas”. La gente anda de allá para acá, forman corrillos, hablan que lo que “se avecina”. Todo tiene que estar a punto. De pronto suenan las campanas de la pequeña Ermita. Hay que ir a Misa, allí está esperando nuestro cura preparando la homilía. Estamos en Pascua.

Ya se dirige hacia la Ermita el Sr. Comendador junto con su esposa, les siguen muchos miembros de su mesnada, así como el resto del pueblo. Los campesinos con sus niños y esposas, algunos soldados, ancianos; en fin, toda la villa.

Se respira un aire extraño; hay tensión en el ambiente. Yo me quedo fuera, no voy a entrar a la Iglesia esta tarde. Doy vueltas por la pequeña plaza y por el balcón del Muro. Hace calor y prefiero pasear junto con varios de los míos.

Ya hace un rato que comenzó la misa. A buen seguro que hoy está la pequeña Ermita completa. Como otros años me imagino al Sr. Comendador y su esposa arrodillados en los reclinatorios al pié del Patrón, y a Bartolo, el cura, recitando un “padre-nuestro”, supongo que en latín.

La espera se hace interminable. Sigo paseando nervioso, pasando una y otra vez por debajo del arco que divide la plaza del balcón de muro; y en una de estas, ¡comienza todo!, ¡ ya no hay marcha atrás! En el Balcón del Muro se forma un gran revuelo; la Muda viene corriendo hacia la Ermita, entra al enrejado y aporrea el portón de la pequeña Iglesia.. y se produce el milagro: ¡¡ MOROS VIENEN! ¡MOROS VIENEN! Por muchos años que pasen sigo teniendo la misma sensación, la carne se me pone de gallina y la adrenalina me rebosa.

Ya sale la gente corriendo de la Ermita en dirección al muro, entre ellos el Comendador con su espada en ristre; mayores y niños le siguen; y tras ellos el cura, con un paso mas lento pero también con una espada en la mano para, a buen seguro, dar cuenta de unos cuantos moros: hasta un total de “siete”. Yo, junto con los míos, también los sigo hacia la baranda del balcón. La campana de la Ermita repica y repica; y entre el gentío que hemos formado todos los “cristianos” sobresale la voz del Comendador que al ver venir las huestes moras con malas intenciones nos “arenga” a luchar, a defender la villa contra el invasor: ¡No moriremos sin matar! Entre el griterío, los mas ancianos y los niños, junto con el Comendador corren ha encerrarse en la Ermita. Todo está dispuesto. Los que tenemos espada, la desenvainamos en dirección al cielo, los demás hacen lo mismo con sus horcas y palos. ¡Al puente!¡Al puente! Abriéndonos paso entre el gentío conseguimos llegar al pié del eucalipto. Miro en derredor para ver cuantos hemos conseguido bajar y veo que los míos están a mi lado, naturalmente los más jóvenes; no paran de gritar y levantar las armas. Hay que esperar, todavía tiene que llegar más gente. En pocos segundos formamos un tropel. Ya estamos preparados. No cesamos de gritar. Ahí los tememos: ¡los moros!, con su rey a la cabeza, seguido de su escolta. Detrás consigo distinguir a los Abencerrajes con su característico estandarte de arpillera. Se produce una corta pero tensa espera. De repente el rey moro levanta su espada. ¡Comienza “la Invasión”! Los Abencerrajes adelantan a su rey y se dirigen hacia nosotros. Unos cuantos de los nuestros no pueden aguantar la tensión, rompen la “barricada” que habíamos formado y corren hacia los moros. Como si de un cuchillo entre la mantequilla se tratase, consiguen adentrarse en el puente, hasta que la siguiente oleada de moros los detienen bruscamente. Enseguida nos vemos rodeados. Pasamos un rato soltando mandobles a diestro y siniestro. Tan pronto estaba rodeado de los míos, como de repente me veo solo, rodeado de moros que no hacen más de golpearme y ensañarse conmigo. Tras un buen rato se hace el silencio. A base de empujones, los moros consiguen desarmarnos, rendirnos y reagruparnos. Levantan sus estandartes y suenan los tambores. Se acerca su rey y después de insultarnos y menospreciarnos incita a su gente a tomar la villa.

En dirección a la Ermita vuelven a subir primero los Abencerrajes, detrás las restantes kábilas moras y por último, nosotros, los cristianos presos. A base de empujones y golpes nos llevan hasta la plaza de San Bartolomé. Cuando llegamos ya han tomado la Iglesia, sus portones están abiertos de par en par y solo vemos cautivos como nosotros, arrinconados junto a la fachada de la casa de la Encomienda. En esa misma plaza, los pocos cristianos que quedaban arriba intentaron hacer frente a la “jauría” mora; pero su empeño solo duró unos segundos. Después de juntarnos a los del puente con los de la Ermita, llega el rey moro. Vuelve a mofarse de nosotros, envalentona a los suyos y otra vez a base de empujones e insultos nos llevan cautivos; cautivos hacia Granada. Ha caído el día.

A nadie le gusta perder. Todo el mundo tiene esperanzas en ganar alguna vez, todo el mundo menos nosotros: LOS CRISTIANOS.

Uno de la Mesnada Maestre Pedro Fernández

No hay comentarios: